En la sala subterránea se conjugaban
diversos aromas: el sudor de los sabios, la humedad de la piedra, y
los indescriptibles aromas de las velas y del incienso quemándose.
Había numerosas esencias vinculadas a aquélla vasija, y el sello no
se había resentido todavía. Incluso uno de los grandes, Belial,
había logrado ceder un pacto, presa de su ingente orgullo. Aunque en
su orgullo, pronunció un nombre. Arkhiel. Ninguna otra esencia le
había comentado ese nombre. Pero parecía que apenas tenía mandato,
así que sería un demonio menor, o un engaño del propio Belial.
Salomón ordenó a sus seguidores que le ayudaran en la confección
del círculo mágico, ajustando el nombre al propio círculo.
Empezó la letanía. Tenían que haber
descansado, pues un fallo en la concentración haría que la criatura
no llegase, o se disolviese nada más llegar, o peor aún, que
encontrase un resquicio en la voluntad de aquéllos valientes. Uno
casí había sucumbido ante la majestuosidad de Belial. Su nariz
había sangrado y tras comprobar que no había tenido ninguna
consecuencia fatal, lo habían reemplazado.
No sabía cuánto había aprendido
durante la invocación de tantas criaturas, antaño nobles, que
habían sido corrompidas por las palabras del Maldito, pero eran
grandes conocimientos. Mientras estaba sentado en una silla de madera
de cedro, sumido en estos pensamientos, la luz de las velas vaciló,
y un sonido familiar, el lamento de miles de condenados, resonó en
las profundidades de la sala, ¿o tal vez en su mente? En el centro
del núcleo de invocación surgió una llama sulfurosa, de un azul
intenso, a diferencia de los anteriores, cuyas llamas habían surgido
como fogatas de campamento, y con los colores anaranjados. “Será
sólo un truco, tal vez éste tenga gobierno sobre llamas”.
-No es gobierno sobre llamas,
realmente... no es gobierno sobre nada. ¿Sabes? Podrías haber
puesto una silla aquí en el centro. No me gusta estar así de pie,
no soy un esclavo o un ejemplar valioso para tu investigación. Y
desde luego que no voy a aceptar el entrar ahí.
-Podría obligarte, ya lo he conseguido
contra otros de tu calaña- se reclinó contra el respaldo de su
silla de cedro, mientras mantenía la compostura cruzando las manos-.
No eres el primero que acude desafiante ante mí, situándose de
manera amenazante, o tal vez en formas que nadie puede coger, como
ese fuego...
-Entonces tomemos una forma que nos
guste a ti y a mí, no me gusta esconderme tras este humo. Dicen los
torturados que se mete en la garganta y te hace carraspear- el fuego
perdía intensidad a cada segundo, y una figura humanoide, embozada
con una túnica con capucha, se vislumbraba tras el acre humo
sulfúreo. Arkhiel se quitó la capucha y le miró a los ojos,
mientras manoteaba el aire, como intentando cogerlo-. Así que esto
es aire, y estos aromas vienen de quemar todas esas ramitas...
Interesante. Salomón, hijo de David, supongo.
-Arkhiel, supongo.
El Diablo se sentó en el suelo, y pasó
a rozar con sus pálidas manos el suelo lleno de polvo.
-Así que esto es el suelo, y el polvo.
-¿Por qué no lo hacemos fácil y te
metes en la vasija? - sugirió con firmeza Salomón.
-Fácil, porque no me interesa.
Verás... al resto de demonios al uso les gusta su parte de infierno
particular. Tienen sus almas en pena, a los que torturan sin cesar,
mientras conspiran los unos contra los otros con el objetivo de
conseguir ampliar su infierno particular robándoselo a cualquier
otro incauto.
-¿Y tú qué tienes? -indagó Salomón,
inquieto.
-¿Yo? Una fortaleza. Apenas tengo
sirvientes, Lucifer y Belial los han puesto en mi contra, echándome
en cara que no participase en el Gran Acontecimiento.
-¿Entonces por qué estás ahí?
-Que no participase no quiere decir que
no lo orquestase. Tenía que hacerlo, ¿entiendes? Oye, ¿por qué no
mandas a los tuyos que se callen? No tengo intención de salir, y
puedo mantener mi estancia aquí sin la necesidad de que estén los
tuyos ahí sin callar.
-¿No quieres salir? ¿Entonces qué
quieres? -Salomón se perdía constantemente.
-Salomón, te creía más inteligente,
pero creo que deberías de haber hablado conmigo antes, se te nota
agotado. ¡Y más que lo estarás!
-¿Vas a luchar contra mí?- Salomón
se retorcía su barba, ufano de su seguridad, mientras un tono de
amenaza teñía sus palabras, como un velo sutil que cubre el rostro
de una muchacha.
-¿Y qué gano yo peleando contra ti?
No deseo arrancarte lo que más quieres, aunque... podría, sí. No
deseo ver cómo tu vida se pierde, ni te quiero de huésped
permanente. No, te voy a enseñar a traerlos de vuelta. Porque juegas
con fuego, y a veces una llama puede llamar a sus iguales. Por
ejemplo, tu amigo el que sangra de la nariz. La entidad que lo domina
no es demasiado peligrosa, se está habituando aún a este mundo. Te
propongo un trato, tú aprendes lo que yo te diga, y dejamos esa
vasija como está.
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