El mar. Ahí está, no se cansa el
condenado. Siempre yendo y viniendo, golpeando contra el malecón...
otro día más esperando, y él... sigue sin venir. Llega un momento
en el que los días parecen horas, no sabes ni qué día es, sólo
vas al malecón, llueva o haga sol, a ver las olas chocar.
¿Cuándo se fue? ¿Cuándo lo
perdiste? Pero te acercas, ¿verdad? Te acercas para poder vivir un
día más esta dulce y angustiosa tortura. No importa si el barco se
perdió, o si siguen bien, es un día más, y echas de menos lo que
menos dijiste que extrañarías.
Recuerdas cuando negaste lo evidente,
no escondiste bien tus sentimientos más profundos. Tus palabras te
traicionaron, ¿eh? Notaste cómo se puso rojo, y notaste tu sangre
en tus mejillas, mientras tu cabeza pensaba, “¡ni de coña!” Y
tu corazón decía, “¡ojalá!”
Y hace tres meses que no lo ves, que no
sabes nada de él, y ahí estás, sentada en el banco de siempre, con
unos cacahuetes en la mano, mirando al horizonte. No pasa un día en
el que no te hayas enfadado contigo misma, ni un segundo en el que no
pensases: “y si...”
Y si le hubieses dicho lo que sientes
de verdad, ¿qué habría cambiado? Su vida está ligada a ese mar
que tanto odias, la tuya está ligada a ese banco que no puedes
dejar. Cacahuete tras cacahuete, las olas van y vienen, y ese barco
sigue sin venir.
Tus amigas dicen que estás loca, que
vas a coger un pasmo. Que un marinero se casa con el mar y tiene
amantes en cada puerto. Y después tú paseas por la playa,
pisoteando la arena mojada por ese ir y venir de esa enorme extensión
que tanto detestas. De repente, un barco llega, son sus velas.
Corre, y llega al puerto justo cuando
amarra. Baja el primero. Huele a sudor, y notas la sal depositada en
su piel, mientras relucen sus dientes amarillos por el tabaco tras su
sonrisa. Cálido y firme, su corazón salta de alegría mientras tus
labios se unen a los suyos, mientras el tiempo se detiene...
Y oyes un timbre, repetitivo, molesto e
incesante. Abres los ojos y no está ahí. Ya no huele su camiseta
que usas como pijama, la casa sigue vacía, y reprimes una lágrima
que corre por uno de tus ojos turquesas, mientras te duchas y te
vistes... hay que comprar cacahuetes.
Que haríamos sin cacahuetes??? Por cierto, voy a comprar que ya no tengo..
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