miércoles, 22 de enero de 2014

Golpes en el hielo.

No puedo evitar sentir una tristeza infinita. Hay más cosas, pero ahora lo que siento es un pico habiéndome dañado. Y lo de dentro, bueno, también lo está.

No puedo seguir con esto. Me duele demasiado, me siento superfluo, secundario pues para mí hay otras cosas que son primarias, y... bueno, era algo evidente.

No sé qué hacer, pues solo hay ya una cosa que debo hacer, por mí. Por este sonido del hielo agrietándose, porque sé que hay debajo y solo esta protección lo calma.

Y me duele, tantísimo como para pretender fundir sal en las ventanas de mi mundo, tanto como el plomo moviéndose lentamente por sus canales.

Martillos. Que golpean, a fuerza del porvenir y del devenir, y jamás fueron compasivos, ni misericordiosos. Y a fuerza de tantos golpes, el hielo que rodea una estructura frágil como un superglue se agrieta y resquebraja.

Como el sol hiriendo el manto de nubes. Como una caja abriéndose. Y no es la primera vez, ni será la última, por mucho que yo quiera... no puedo.

Y entre lágrimas susurro te-quieros que no quieren ser escuchados, entre conocimientos que duelen y esperas sin esperanza.

Pues ya sé que no puedo ganar.
Ya sé que ni siquiera puedo empatar.

Sólo me queda dejar el juego, pues creo que no me queda otra.

Ahora sólo queda desear que, cuando estalle todo en diminutas esquirlas congeladas, no sea todo tan duro como me lo planteo.

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