martes, 18 de febrero de 2014

Cacahuetes

El mar. Ahí está, no se cansa el condenado. Siempre yendo y viniendo, golpeando contra el malecón... otro día más esperando, y él... sigue sin venir. Llega un momento en el que los días parecen horas, no sabes ni qué día es, sólo vas al malecón, llueva o haga sol, a ver las olas chocar.

¿Cuándo se fue? ¿Cuándo lo perdiste? Pero te acercas, ¿verdad? Te acercas para poder vivir un día más esta dulce y angustiosa tortura. No importa si el barco se perdió, o si siguen bien, es un día más, y echas de menos lo que menos dijiste que extrañarías.

Recuerdas cuando negaste lo evidente, no escondiste bien tus sentimientos más profundos. Tus palabras te traicionaron, ¿eh? Notaste cómo se puso rojo, y notaste tu sangre en tus mejillas, mientras tu cabeza pensaba, “¡ni de coña!” Y tu corazón decía, “¡ojalá!”

Y hace tres meses que no lo ves, que no sabes nada de él, y ahí estás, sentada en el banco de siempre, con unos cacahuetes en la mano, mirando al horizonte. No pasa un día en el que no te hayas enfadado contigo misma, ni un segundo en el que no pensases: “y si...”

Y si le hubieses dicho lo que sientes de verdad, ¿qué habría cambiado? Su vida está ligada a ese mar que tanto odias, la tuya está ligada a ese banco que no puedes dejar. Cacahuete tras cacahuete, las olas van y vienen, y ese barco sigue sin venir.

Tus amigas dicen que estás loca, que vas a coger un pasmo. Que un marinero se casa con el mar y tiene amantes en cada puerto. Y después tú paseas por la playa, pisoteando la arena mojada por ese ir y venir de esa enorme extensión que tanto detestas. De repente, un barco llega, son sus velas.

Corre, y llega al puerto justo cuando amarra. Baja el primero. Huele a sudor, y notas la sal depositada en su piel, mientras relucen sus dientes amarillos por el tabaco tras su sonrisa. Cálido y firme, su corazón salta de alegría mientras tus labios se unen a los suyos, mientras el tiempo se detiene...


Y oyes un timbre, repetitivo, molesto e incesante. Abres los ojos y no está ahí. Ya no huele su camiseta que usas como pijama, la casa sigue vacía, y reprimes una lágrima que corre por uno de tus ojos turquesas, mientras te duchas y te vistes... hay que comprar cacahuetes.  

1 comentario:

  1. Que haríamos sin cacahuetes??? Por cierto, voy a comprar que ya no tengo..

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