jueves, 4 de febrero de 2016

(sin título)

Y sí, se agotó, se apagó, o lo que quiera que pienses, pero se fue, disuelto como humo sobre el viento.
Tras ello, quedó una máscara, de rabia, incluso de venganza. El orgullo se volvió lo único que atenuaba todo, esa sensación de tremenda soledad que aumentaba cuando no lo estaba. La vida volvió, o siguió. Todo cambia para que nada cambie, supuestamente. Había aprendido a sobrellevarlo. Y ya está. No como en un cuento, donde todo es jodidamente dramático, o como en un juego donde es jodidamente épico. No, como pasan las cosas de casa. Pasan, y así acaban pasando, y se acaban. Sin más.
Y tras todo esto, un pequeño retorno a los orígenes, pero... ¿Qué orígenes? Había cambiado, la vida y el mundo había cambiado.
Meses después, el recuerdo vívido aún luchaba por salir de su habitación cerrada. Y lo que no esperaba es que aún surgieran cristalinos, pequeños trozos de sal; los últimos restos de un abandonado y olvidado glaciar en llamas.

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